5 febrero, 2012
La región portuguesa de Douro asume el reto de los tiempos modernizando sus vinos tintos.
Un estilo de vinos fruto de su agreste paisaje, con los viñedos aferrados a las empinadas laderas, una amplia gama de variedades autóctonas de nombres sonoros con la emblemática Touriga Nacional a la cabeza, unido al entusiasmo de una joven generación de cosmopolitas elaboradores, y la recuperación de técnicas ancestrales como el pisado de la uva en el lagar, dan como resultado estos vinos de arrebatadora personalidad, en el mismo espacio geográfico donde nace el vino de Oporto.
Touriga Nacional, Tinta Roriz, Tinta Barroca, Touriga Franca, Tinta Câo… Y así, hasta más de cuarenta variedades de uvas, se dan la mano en los viejos viñedos, de troncos retorcidos que miran el suave discurrir del Douro, aferrándose a las lajas descompuestas de pizarras, denominadas xisto, envueltas en una luminosidad africana que eleva las temperaturas en vendimia por encima de lo razonable.
Sandra Tavares da Silva, elaboradora de la Quinta do Vale D. Maria, defiende las variedades autóctonas en los mejores tintos modernos: “es muy importante la mezcla de las uvas de las viñas viejas, que le aporta una complejidad muy difícil de imitar”, algo que antiguamente ocurría de forma natural, al estar mezcladas en el viñedo, y que en los años malos permitía salvar la cosecha.
La complejidad aromática y gustativa de estos vinos se debe a esa mezcla de uvas, de viñedos ubicados a distintas alturas desde la ribera del río hasta las altas cimas, y con distinta exposición. Las viñas más cercanas al río son las que sufren más el calor y dan los vinos más potentes, de enorme frutosidad e idóneos para elaborar vinos generosos, mientras que a mayor altitud, el clima más fresco es el responsable de una acidez natural que compensa su elevada graduación y cuerpo.
La variedad Tinta Roriz es la única de este grupo no autóctona de Portugal aunque sí de la península Ibérica: la Tempranillo, llevada hace un par de siglos al Douro por el bisabuelo de Joâo van Zeller, propietario de Quinta Roriz. La bellísima finca ubicada a 16 kilómetros río arriba de Pinhâo fue el primer lugar donde esta familia de origen holandés plantó Tempranillo, y al aclimatarse muy bien, los campesinos de los alrededores se acercaban hasta allí a recoger sarmientos de esta variedad, que debe su nombre a su lugar de procedencia.
El actual renacimiento de los vinos tintos del Douro, que se han sacudido la centenaria fama de recios y toscos, se debe a que el gobierno portugués canalizó en 1985 un préstamo de muy bajo interés a las bodegas de la región del Douro siempre que cumplieran dos condiciones: sólo se podía plantar las cinco variedades tintas recomendadas (Touriga Nacional, Tinta Roriz, Tinta Barroca, Touriga Franca y Tinta Câo), y éstas debían ser cultivadas por el sistema de “viñedo en alto” que permite su mecanización, en vez de en las laderas aterrazadas. En tan solo diez años empezaron a obtenerse vinos tintos de calidad, que antes solo tenían como referencia al Barca Velha elaborado por la familia Ferreira en los cincuenta.
Si algo sorprende dentro de las actuales bodegas del Douro es la reivindicación de los antiguos lagares de granito donde se pisa la uva y que siempre se utilizó para los vinos generosos. Los modernos elaboradores consideran que esta pintoresca tradición, necesaria en una época donde no existían prensas neumáticas, es la idónea para obtener un intenso color del vino y buenos aromas, pero sin aportarle un tanino secante y duro.
Los mismos vendimiadores al terminar su ardua jornada laboral, unen sus hombros para realizar el corte de las uvas, pisándolas juntos y sistemáticamente durante tres horas con sus pies descalzos, tensión que se libera al iniciarse la cuarta hora, con el “grito de libertad”, que permite a los pisadores cantar y bailar a su ritmo, a golpe de tragos de aguardiente. Por supuesto los actuales lagares tienen una mayor limpieza e higiene, así como temperaturas más frescas, al disponer la mayoría de las bodegas aire acondicionado en el lagar, junto a las novedosas tuberías de refrigeración que permiten que no se dispare la temperatura de fermentación durante el calor estival.
Cuando repasamos la historia de la región cuesta imaginar el intenso trabajo realizado durante años para demarcar las mejores fincas del Douro, catalogada como la primera Denominación de Origen del mundo, ya en 1756, labor que impulsó el marqués de Pombal, más conocido por reconstruir la ciudad de Lisboa tras su terrible terremoto. Desde entonces la mejor región para los vinos tintos es Cima Corgo, el tercio superior del río Douro, donde se ubican las quintas más famosas.
El salto a la fama de estos luminosos vinos se debió en gran parte a los Douro boys, como les denominó una revista anglosajona a este grupo de jóvenes entusiastas, que estudiaron enología juntos en la universidad de Tras-os-Montes, en Vila Real (donde se encuentra el célebre Palacio de Mateus, donde nace el conocido vino rosado dulce con burbuja). Su amistad alimenta la creatividad y una divertida endogamia en la región, compartiendo una misma filosofía de calidad que les permite aconsejarse y catar sus vinos juntos.
Recorriendo esta agreste región, encontramos a cada paso huellas de una mujer llena de coraje cuyos hitos marcan muchas quintas: Doña Antonia Adelaide Ferreira, y cuyos descendientes se encuentran en la actualidad dirigiendo algunas de las más emblemáticas: Quinta do Vale Meâo (valle del Medio), por Francisco Javier Olazábal, bisnieto de la visionaria señora, cuya finca se ubica en un amplio meandro del Douro, en la región más árida y seca de todo Portugal, muy cerca de la frontera española. En el otro extremo del Alto Douro se encuentra Quinta do Vallado, cuyas viñas están bañadas por el río Corgo.
Dirk Niepoort, descendiente de una familia holandesa de larga solera en Oporto, es uno de los principales impulsores del actual Douro, defendiendo las variedades autóctonas frente a las foráneas, reivindicando el uso del lagar para elaborar tintos de calidad, como demostró en su Quinta de Nápoles; y afirma que: “se están recuperando las mejores tradiciones de los últimos 300 años en el Douro, a la vez que se está aplicando la tecnología moderna más actual”.
Uno de los vinos pioneros en seducir a los aficionados internacionales fue el Vinha María Teresa, de Quinta do Crasto, propiedad de la familia Roquette, vino que procede de una viña de unos 80 años de edad, de escasa producción, fruto de la mezcla de más de cuarenta variedades de uvas, ubicada en una ladera junto al promontorio donde se escalonan los edificios de la bodega, cuyo origen romano era un antiguo castro.
Dos vinos de autor destacan es esta región, ambos con nombres muy originales: Poeira, polvo en portugués, que todo lo invade en la vendimia, elaborado por Jorge Moreira (de Quinta de la Rosa); y el ya consagrado Pintas, nombre nada alegórico de esa manchas rojizas que se pegan en la piel de los enólogos durante la vendimia, creado por la singular pareja Jorge Serôdio (de Quinta do Passadouro) y Sandra Tavares da Silva (de Quinta Vale D. Maria); ambos vinos de viñas viejas y múltiples variedades pero de estilos distintos por la orientación de las laderas de los viñedos: Poeira, cuya ubicación norte, le aporta un carácter austero y de viva acidez, mientras Pintas (viña orientada al sur) destaca por su fruta madura y carácter mediterráneo.
El futuro que se augura a los vinos del Douro es luminoso por la originalidad de sus variedades de uva, lo agreste de sus viñedos, el rito ancestral de la pisa en los lagares y el entusiasmo de una nueva generación de artistas.
Texto y fotografías: Jesús Bernad