14 abril, 2012
El valle del Uco es conocido, por su gran dinamismo, como el Napa Valley sudamericano.
Esta nueva región, impulsada por inversores europeos, cuenta con espléndidos viñedos y bodegas con carácter, que apuestan por el valle del Uco, situado a unos 200 kilómetros al sur de Mendoza, junto a la majestuosa cordillera de los Andes. Las bodegas de nueva creación poseen una marcada orientación al enoturismo de calidad, con degustaciones y catas, tiendas, restaurantes y cuidados alojamientos. En definitiva, una apuesta clara por la cultura, a través de exposiciones de arte permanentes e itinerantes. Si a todo esto le sumamos la magnética fuerza de los Andes y la seductora personalidad de la Malbec, tenemos un maridaje de alto voltaje que estaba tardando en despuntar.
En la década de los 90 llegaron los pioneros de fuera, cual revulsivo a la zona y empezaron a pulir el diamante en bruto de la región: la tinta Malbec, variedad menor en Burdeos, que actuaba de comparsa de la Cabernet Sauvignon. Pero en Argentina, al arrimo de las excelsas parrilladas criollas, desarrolló un carácter más latino: cálida, abierta, seductora de tacto aterciopelado y con sustancia. El entorno le era propicio: inspirada en las cumbres nevadas de los majestuosos Andes, con una luminosidad que se transmite a la copa, en un clima árido y desértico, cuya sed tan solo se sacia con las aguas del deshielo de sus cumbres, la Malbec quiso florecer en este hostil paraje. Una viticultura de altura, con viñedos por encima de los mil metros, que cada siete años le regala un pedrisco que destruye pámpanos y racimos en formación. Para ello, los ingeniosos mendocinos han creado las mallas antigranizo.
En mi primer periplo mendocino, hace más de una década, nunca oí hablar de este valle de promisión: el del Uco, que en estos momentos recuerda a los inicios de Napa Valley californiano, por la sensación de aventura, que cual fiebre del oro vinícola atrae a numerosos emprendedores. El valle del Uco imantó las bodegas más vanguardistas por la gran calidad de sus viñedos, conocida por los viejos del lugar que siempre afirmaron que a los pies del cerro Tupungato (6.550 metros de altitud), las uvas eran especialmente dulces.
Al valle del Uco llegaron primero los franceses, los hermanos Lurton, y el olfato de Michael Rolland, con su original idea comunal de Clos de los Siete. Un empresario holandés, invitado por un amigo a estas tierras, creó un espacio cultural único en su bodega Salentien; y por último, José Manuel Ortega, un financiero español reconvertido en viticultor, cuya bodega O. Fournier es una de las más originales del país. Doble mérito tiene nuestro paisano bodeguero, el único de este selecto grupo que no tenía bodega previamente a su aventura mendocina, aunque en menos de una década ya forma parte del exclusivo club de compañías con bodegas en tres países (en Ribera del Duero, y en el valle del Maule, Chile).
Los hermanos Lurton llegaron de Francia como consultores de la conocida bodega Catena, y entre duraznos, cerezos y nogales empezaron a plantar sus viñedos a 1.100 metros de altitud, algo que seguro sorprendió a su padre, celebre bodeguero bordelés. A los Lurton, les atraía la libertad del Nuevo Mundo, querían librarse de las cadenas de cinco generaciones de viticultores, y traían la mente abierta a nuevas ideas. Su gran vino es el Chacayes, nombre aborigen del zorro, que tanto abunda en esta región, elaborado con Malbec y un 20% de Cabernet Sauvignon.
Salentien es el nombre original del castillo de su propietario en Holanda, que tras cultivar frutales en Río Negro, se decantó por elaborar vinos en el valle del Uco. En un eje de un kilómetro se encuentra su bodega, el centro cultural y gastronómico Killka y una moderna capilla, construida en agradecimiento a la madre Tierra. Más de 20.000 visitantes al año acuden a ver sus exposiciones permanentes de pintores holandeses, y sus originales esculturas, visita que culmina en una surtida tienda y un delicioso restaurante de cocina criolla. En 1999 nacen sus primeros vinos, de estilo maduro y cálido, muy del Nuevo Mundo, pletóricos de fruta.
El célebre consultor bordelés Michael Rolland, que asesora bodegas en medio mundo, y cuenta hasta con un documental donde se le acusa de ser el mayor responsable de la uniformidad de los vinos en el planeta tierra, creó una comunidad de siete familias, Clos de los Siete. Todos juntos adquirieron hace una década 430 hectáreas de terreno en las faldas de la cordillera (ya son 270 Ha en producción), y se comprometieron a construir cada uno su bodega, sin olvidar su aportación anual al vino mancomunado: Clos de los Siete.
Y en el reino de la Malbec, llegó el burgalés José Manuel Ortega, descendiente del creador de los naipes Fournier, a reivindicar la hispana Tempranillo. La futurista bodega que recuerda a un platillo volante, posee una rabiosa modernidad, alzándose sobre sus dos rampas, cuatro grandes columnas de hormigón y culmina con una gigantesca cubierta. Es el lugar idóneo para elaborar vinos del Nuevo Mundo, rodeado de sus viñedos de Malbec y Tempranillo, con el imponente telón de fondo de la hipnótica cordillera. El diseño de la bodega es fruto de la visión práctica de su enólogo: el mendocino José Spisso (un maestro en comprender la óptima madurez de la uva), que deseaba que todo fluyera por gravedad.
Su gama Urban es pletórica en frutosidad con luminosa vivacidad. Uno de mis favoritos es el Alfa Crux: el coupage de Tempranillo, Malbec y Merlot, que posee una seductora personalidad, mientras el Malbec puro, es unos de esos hallazgos sensoriales que uno guarda en su memoria, por su elegancia extrema. Unos vinos tan originales solo podían contar con la atrevida cocina de Nadia Harón, que en el restaurante Urban de la bodega da rienda suelta a una deliciosa fusión de reminiscencias criollas salpicada de notas hispanas. Y como reconocimeinto a su calidad creativa, su nuevo restaurante “Nadia O.F.”, en Mendoza, ha sido elegido por la Academia Nacional de Gastronomía de Argentina como el “Mejor Restaurante 2011”.
Culmina el periplo por el valle del Uco, una tierra hermosa llena de soñadores, que buscan un estilo de vida cercano a la tierra, donde el jugo de la Malbec nos regala su delicioso néctar.
Texto y fotografías: Jesús Bernad