12 marzo, 2012
A orillas del Misisipi disfrutamos de la ciudad más vibrante, musical y sabrosa de EE.UU.
Louis Armstrong, las Big Bands, el bellísimo French Quarter, la locura del Mardi Gras, los barcos de vapor, el majestuoso Misisipi, la cocina especiada, el Katrina, la patria del jazz y del Blues, las mansiones coloniales, las grandes plantaciones de Luisiana, los descendientes de los esclavos negros, los rituales de vudú… Todo ello y mucho más hacen de Nueva Orleans, la ciudad más excitante de Estados Unidos.
Nueva Orleans fue fundada en 1718 por los colonos franceses en la desembocadura del río Misisipi, en un territorio usurpado a la corona española, donde reinaban los Borbones (de origen francés), previamente conquistada a los indígenas americanos. En 1762, volvió a manos españolas mediante el tratado de París, como atestiguan las numerosas placas de las calles del tradicional Barrio Francés, que indican el nombre originario cuando era la capital de la provincia española de Luisiana.
De esta época data el barrio colonial de Nueva Orleans, conocido como de French Quarter y su esplendor monumental se refleja en la hermosa Plaza de Armas como corazón de la ciudad, donde destacan su imponente Catedral, los palacios del Cabildo y del Presbiterio, y las casas con soberbias balconadas de hierro forjado. La impronta española impulsó la vitalidad de la ciudad, que fue modernizada con numerosas obras y servicios públicos como el alumbrado de gas, los canales y los diques para contener las impetuosas crecidas del río Misisipi.
Napoleón decidió en 1803 el retorno de los territorios de Luisiana a manos francesas y su inmediata venta a la naciente república norteamericana por 15 millones de dólares, territorio cuya extensión llegaba hasta la frontera canadiense (una cuarta parte del actual Estados Unidos). Fruto de su turbulenta historia, Nueva Orleans es una ciudad multicultural con influencia española, francesa, norteamericana y de los numerosos descendientes de los esclavos africanos que llegaban a las extensas plantaciones del sur del país, cuyo puerto de entrada era Nueva Orleans.
La peculiar ubicación geográfica de la ciudad al nivel del mar, en un amplio meandro del río Misisipi y flanqueada al norte por el lago Pontchartrain, es responsable de sus numerosas inundaciones, a pesar de los diques que protegen la ciudad. Los diques reventaron tras el paso del huracán Katrina en agosto de 2005, sumergiendo la ciudad que se vio inmersa en el caos y la muerte, por la pésima gestión de la crisis del gobierno de George W. Bush.
Las zonas turísticas y financieras están completamente recuperadas tras el desastre, no así algunos barrios donde todavía no han regresado muchos de sus habitantes, que abandonaron la ciudad tras la destrucción de sus casas. Y cuando la ciudad se estaba recuperando del brutal impacto de Katrina, llegó la explosión y hundimiento de la plataforma petrolera de BP, en abril de 2010, y la posterior marea negra que afectó gravemente a las costas del Golfo de México.
La gastronomía de Luisiana es una de las más creativas del país, con sus famosos platos a base de cangrejos de río, camarones, ostras procedentes del golfo de México y diversos pescados y mariscos. Su cocina criolla, con influencia antillana, como el plato de arroz con frijoles cuenta con sonoros nombres como la jambalaya y el gumbo, de contundente sabor.
La locura del carnaval alcanza el paroxismo en Mardi Gras, con sus carrozas, disfraces y borracheras, cuyo principio remite al catolicismo de esta ciudad de origen francés y español. En la puritana Norteamérica, donde la práctica del topless está prohibido en la mayoría de sus playas, el grito de guerra de las hordas de jóvenes turistas (con un elevado nivel etílico en sus venas) desde los balcones coloniales a las mujeres que pasan por la calle es: “¡show your tits!”, que suele ser recompensado con un rápido flash de los senos de la joven, viendo distinguido su atrevimiento con unos coloridos collares de cuentas.
La música es la voz de Nueva Orleans, cuyos portentosos orígenes datan de la fusión de la música tradicional de los esclavos africanos y la música clásica europea. A cada paso, en la ciudad, nos llegan los sonidos de una banda tradicional de jazz, de pequeños grupos de zydeco o de Blues, sin olvidar las bandas de rock o grupos de reggae moderno. En Bourbon St. nos arrebata la música dance de sus clubs, donde las sicodélicas copas de colores y shots en tubos de ensayo, impulsan el baile hasta altas horas de la madrugada. Para disfrutar de una buena banda de jazz mi recomendación es Snug Harbour, cercano al French Market; y en esta misma calle, Frenchmen St., encontramos otros modestos clubs de jazz muy ambientados, así como la gran sala d.b.a., con buenas actuaciones en vivo. La música vibra en cada esquina de Nueva Orleans.
Los excelentes bares de la ciudad se concentran en Bourbon Street, el corazón del French Quarter, donde se dan la mano los tragos bien preparados con el buen rollo de los bebedores. Eso sí, también abundan los locales de cócteles dulzones e infectos, servidos en coloridos envases plásticos, de tamaño King Size, que tan sólo consiguen la rápida borrachera que ayude a desinhibirse a los numerosos visitantes en busca de parranda sin límites.
Es una delicia perderse por las calles del Barrio Francés, un amplio rectángulo de alineadas calles con indudable sabor español, a orillas del Misisipi; sus hermosas casas de dos plantas nos seducen por sus umbríos soportales para combatir el agobiante calor tropical y barrocos balcones de hierro. La amplia y cuidada Plaza de Armas, ahora bautizada como Jackson Square, es su centro histórico donde se alza la imponente catedral de St. Louis, un buen ejemplo de arquitectura francesa. A sus costados, los monumentales edificios del Cabildo y el Presbiterio, este último sede del Museo del Mardi Gras, donde conocer la historia del más famoso carnaval de Norteamérica.
En el centro de la ajardinada plaza se encuentra la escultura ecuestre de Jackson, donde se reúnen numerosos vendedores de pinturas, artesanía y músicos callejeros, que dan un singular ambiente al corazón colonial de la ciudad. Muy cerca, a unos cinco minutos paseando, se llega al French Market que durante siglos fue su centro comercial y, hoy es un fresco lugar donde adquirir productos gastronómicos de granjas locales, artesanía y recuerdos del viaje. Muchos turistas llegan hasta allí en el tranvía que discurre en paralelo al río, donde navegan los ancestrales barcos de vapor movidos por sus gigantescas palas de madera. Desde Canal Street sale el ferry que cruza a la cercana población de Algiers, en cuyo puerto está la sonriente estatua de Louis Armstrong, oriundo de Nueva Orleans, con su trompeta en la mano.
No podemos abandonar la ciudad sin subir a un tranvía en Canal Street y recorrer el Garden Distrit, con sus decadentes mansiones ajardinadas que reflejan su esplendoroso pasado, o el interesante cementerio gótico tropical de Lafayette, cuyas lápidas muestran un curioso sincretismo católico con elementos del vudú africano. Tal vez, el mejor ejemplo del barrio es la suntuosa mansión Joseph Carroll, con sus centenarios robles. Continuamos en el Charles Ave Streetcar hasta Uptown, una zona tranquila y agradable donde pasear por el parque Aubudon (donde se encuentra el Zoo, uno de los mejores de país y el Acuario de las Américas), y cuya entrada está frente a las universidades de Tulane y Loyola.
Otra interesante excursión es el City Park, de mayor tamaño que el Central Park de Nueva York, y bellísimo pulmón verde de la ciudad. Un lugar perfecto para disfrutar de la vegetación nativa de Luisiana. Su entrada principal desemboca en el imponente Museo de Arte de Nueva Orleans, con representación tanto de artistas locales como una interesante exhibición de cultura africana, asiática y de Oceanía, de nativos americanos y culturas Precolombinas. Junto al atractivo museo, podemos disfrutar al aire libre de las sugerentes esculturas del Besthoff Sculpture Garden.
Nueva Orleans es una ciudad vibrante, golfa y divertida, de vegetación espectacular, original gastronomía, inmersa en un universo musical propio, con potentes raíces coloniales que despliega todo su encanto en el French Quarter, de innegable sabor español. Una ciudad que sabe gozar y sufrir como pocas, amada por los hedonistas y odiada por los fanáticos religiosos, que arrebata el corazón del viajero que sueña una y otra vez, con volver a pisar sus calles.
Texto y fotografías: Jesús Bernad