Reportajes

27 septiembre, 2011

Tabacos Partagás, esencia habanera

Partagás es en la actualidad la fábrica de cigarros más antigua en actividad de Cuba.


Jaime Partagás, catalán oriundo de Arenys de Mar, emigró a los catorce años a Cuba, aprendiendo el negocio del tabaco, y antes de cumplir los treinta creó la Real Fábrica de Tabacos Partagás (1845), en pleno corazón habanero. Pero los éxitos comerciales del fundador se truncaron con su muerte en 1861, acaecida en una de sus vegas tabaqueras en Pinar del Río, a manos de un marido despechado por los ardientes amoríos que mantenía con su mujer. En la misma ubicación original continúa la imponente fábrica, detrás del capitolio, un lugar donde disfrutar de la leyenda viva de uno de los Habanos más sabrosos.

 

El mítico Partagás 8-9-8, el Lusitania o el Serie D Nº 4, nacen en las vegas finas de la provincia occidental de Pinar del Río, la mejor región productora de tabaco de Cuba. Visitamos una de las mejores vega fina de Vuelta Abajo, en la prestigiosa localidad de San Juan y Martínez, de donde proceden las hojas de los cigarros Partagás.

 

      

 

Una suma de factores son los responsables de su calidad del tabaco de esta región: los suelos arenosos de buen drenaje; el clima más fresco de toda la isla, con temperaturas diurnas de 25º C, y nocturna de 16º C, cuyo salto térmico es imprescindible para obtener calidad de aromas; todo ello sumado a las excelentes variedades autóctonas de tabaco negro cultivadas, unidas a la experiencia acumulada del hombre, que ha dado personajes tan emblemáticos como Alejandro Robaina.

 

En la Escogida de Tabaco de San Juan y Martínez se encuentran los tabacales de Hoyo de Mena, dedicados principalmente a la producción de hoja de capa, cubiertos bajo unas finas telas de algodón, donde nos muestras las novedosas casas de cura controlada, y que en la mitad de tiempo del habitual, a una temperatura y humedad determinada, se obtienen un mejor secado de la hoja de capa y un color más uniforme. Las hojas, cosechadas de una a una cuando la planta alcanza una altura de dos metros, se cosen en parejas y se montan a caballo sobre los cujes de madera, que posteriormente se cuelgan bajo el techado de palma. Una vez secas las hojas se las somete a una fermentación, apilándolas en grandes burros, donde eliminan sus impurezas, y de esta forma, se convierten en aptas para fumar.

 

De regreso a La Habana, nos encontramos con la directora de la fábrica de Partagás, que cuenta con una importante presencia femenina entre sus directivas; “Aquí formamos un matriarcado”, nos comenta divertida Hilda Baró, que en la actualidad es la  única mujer al frente de una fábrica de cigarros puros, cuya producción asciende a unos 7 millones de unidades al año de las marcas Ramón Allones, Partagás, Bolívar y la Gloria Cubana.

 

      

 

Hilda define la compleja estructura de un puro con pasión: “yo comparo al tabaco con los seres humanos: con nuestro esqueleto, músculos y piel. El cigarro también tiene su esqueleto, la tripa; el capote son sus músculos, y la fina piel, su capa. El esqueleto de cada tabaco –como aquí se denomina al cigarro- es distinto, por la procedencia de sus hojas de tripa de diversas vegas tabaqueras. El esqueleto define el gusto del cigarro y sus sabores, mientras que el capote, su músculo, tan solo lo protege. La capa nos aporta la belleza, es la piel, con sus distintos tonos, como en las personas, pero la capa no define la fortaleza, al igual que en los seres humanos: el interior define su carácter. Y luego los vestimos como nosotros con la ropa, le ponemos cintas, anillas y las habilitaciones en sus cajas”. Se siente orgullosa de Partagás, que considera el cigarro de mayor fortaleza entre todos los Habanos, aunque los puros con los que se siente más identificada son los formatos finos de la Gloria Cubana.

 

Otra mujer, Déborah García Zulueta, directora de calidad de Partagás, nos guía en el proceso del nacimiento de un Habano. Tras cruzar el umbrío patio central de la fábrica, accedemos a una sala donde reciben las hojas de capa, de luminosos destellos  rojizos; las gavillas se rocían con agua, para devolverlas su preciada elasticidad mientras unos hombres, con un rítmico movimiento de muñeca, eliminan el exceso de humedad. Luego pasan al rezagado, donde en un largo pasillo se distribuyen las mujeres que con sus finas manos eliminan el nervio central, con un preciso giro en su muñeca, y luego planchan las dos mitades con la mano, a la vez que las agrupan por colores, tamaños y texturas.

 

     

 

Uno de los centros neurálgicos de la fábrica es la sala donde se preparan las ligas con las tres hojas de tripa. Según la personalidad de un cigarro, lleva una distinta composición de sus hojas, procedentes de distintas partes de la planta: el
tabaco seco aporta la riqueza aromática, mientras el ligero, de la parte superior, es el de mayor fortaleza; y el volado, de la parte inferior de la planta, se utiliza para su optima combustión. El mazo de hojas, pesadas con precisión en una balanza, se entrega a diario a los torcedores para que elabore los puros de su jornada.

 

Pasamos por una sala donde un centenar de jóvenes aprendices de torcedores reciben un curso de formación de nueve meses: primero aprenden a elaborar la tripa del cigarro, y una vez que la confección es buena, les enseñar a pasar la capa; según van adquiriendo rapidez y habilidad les permiten elaborar cigarros de mayor calibre: perlas y marevas al principio, luego robustos y cervantes; y los mejores tabaqueros pasan a la galera donde llegarán a torcer las julietas y los puros figurados.

 

En la planta superior está la galera de torcedores, que reciben a los visitantes golpeando sus chavetas sobre la tabla de rolar. La luminosidad de sus amplios ventanales nos ofrece una escena que poco ha cambiado desde hace un siglo: dos centenares de tabaqueros afanándose en enrollar sus cigarros, muchos de ellos fumando en mangas de camisa, en una atmósfera cálida por el embriagador aroma de tabaco y las volutas de los vegueros.

 

       

 

Presidiendo la galera se encuentra el lector de tabaquería, que distrae la tediosa jornada laboral de los artesanos, leyéndoles noticias y novelas. Jesús Pereira, titular en las dos últimas décadas, de voz profunda y sedosa, nos cometa la importancia de
dramatizar bien los personajes, hasta que se crea un silencio reverencial. Las novelas que más gustan a los tabaqueros, que eligen por votación, una vez conocida su sinopsis, son las de aventuras de Vázquez Figueroa, y las obras de Isabel Allende y García Márquez.

 

Los cigarros elaborados se llevan al control de calidad, donde se mide su longitud y  grosor, se analiza su estética, y se abre
alguno para valorar su construcción interior. De ahí pasan a la escogida de colores, antes de su anillado y envasado en las cajas de cedro, donde en una amplia mesa, una joven los selecciona en seis categorías: verde, pajizo, colorado pajizo, colorado, colorado encendido, y encendido (marrón oscuro). En otra sala vemos la única innovación introducida en la fábrica en el último siglo: las máquinas de tiro, que succionan los tirulos, antes de ser colocada su hoja de capa.

 

Por último, visitamos la Casa del Habano situada dentro de la fábrica de Partagás, donde en óptimas condiciones de conservación se pueden adquirir las mejores marcas de puros, y degustarlos en acogedores sillones disfrutando de un buen café cubano o de un trago de ron. Partagás es una de las fábricas más emblemáticas de puros Habanos, y uno de sus principales atractivos es la calidad humana y profesional de las personas que allí se esfuerzan por elabora esta joyas artesanales, que nos seducen con sus azuladas volutas.

 

Texto y fotografías: Jesús Bernad



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